Había una vez un sabio muy respetado en un pueblo. Este sabio era conocido por su profundo conocimiento y sabiduría en una amplia gama de temas. Sin embargo, también era consciente de que el aprendizaje nunca se detiene y siempre hay más por descubrir.
Un día, un joven arrogante llegó al pueblo. Este joven se creía muy inteligente y pensaba que lo sabía todo. Desafiante, se acercó al sabio y declaró: "No veo la necesidad de aprender de ti. Ya sé todo lo que hay que saber". El sabio, en lugar de ofenderse, sonrió sabiamente y decidió enseñarle una lección valiosa.
El sabio invitó al joven a su modesta cabaña y le ofreció una taza de té. Mientras vertía el té en la taza del joven, continuó vertiendo incluso después de que la taza estuviera llena. El joven, sorprendido, exclamó: "¡Detente! ¡La taza ya está llena! No puede contener más".
El sabio sonrió y dijo: "Exactamente, así como tu taza está llena de conocimiento que crees tener, no hay espacio para aprender algo nuevo. Si quieres realmente adquirir sabiduría, debes vaciar tu taza y abrirte a lo desconocido".
Cada persona tiene su propia forma de ver el mundo y cómo reaccionamos ante las diferencias define si somos "sabelotodo" o "aprendices".
Imaginemos que el conocimiento es como un camino que podemos recorrer. Los sabelotodo se comportan como controladores del camino, afirmando que saben cómo es el camino, cómo debería ser y qué acciones deben tomarse. Suelen dar órdenes y no hacen muchas preguntas.
Por otro lado, los aprendices son como exploradores curiosos, abiertos, y humildes. Tienen menos certezas sobre cómo interpretar los hechos y qué acciones deben tomarse.
Los aprendices consideran los puntos de vista de los demás en lugar de imponer los suyos.
Ser un aprendiz no significa que no tengas conocimiento o experiencia en un campo específico. Los aprendices son aquellos que, independientemente de su conocimiento real (que puede ser muy amplio), mantienen una mente abierta y están dispuestos a considerar puntos de vista alternativos de manera respetuosa.
Imaginemos ahora que el autoestima es como un edificio que construimos para nosotros mismos. Los sabelotodo basan su autoestima en tener la razón, o al menos en convencer a los demás de que la tienen. Manejan las situaciones imponiendo sus opiniones y proclamando que esas opiniones son la única verdad. Se sienten satisfechos cuando logran eliminar cualquier punto de vista contrario y hacen que todos estén de acuerdo con ellos. Creen que ven las cosas tal como son y consideran equivocados a aquellos que tienen una perspectiva diferente.
En contraste, los aprendices basan su autoestima en tener una actitud abierta y acogen las opiniones de todos. Manejan las situaciones buscando consensos.
Exponen sus opiniones de manera tranquila, considerándolas evaluaciones razonables, y animan a los demás a presentar sus distintas opiniones con el objetivo de promover el aprendizaje mutuo. Saben que su percepción es solo una parte de un panorama más amplio.
Como escribí en el posteo de La escalera de inferencias , ella es como un antídoto para la arrogancia del sabelotodo. Cada peldaño de esta escalera representa un paso en el proceso de inferencia, donde se construyen conclusiones basadas en nuestras creencias y experiencias previas. Si subimos los peldaños de la escalera sin tener en cuenta los puntos de vista de los demás, caeremos en la trampa de la arrogancia. Sin embargo, si nos detenemos en cada peldaño y consideramos las diferentes perspectivas, podemos evitar esa trampa y adoptar una actitud más humilde de aprendizaje.
En nuestra sociedad, a menudo se valora más el conocimiento aparente que la disposición a aprender.
La presión por parecer competentes puede llevarnos a adoptar una actitud de sabelotodo, temiendo admitir que no sabemos algo.
Sin embargo, para crecer y desarrollarnos tanto personal como profesionalmente, es esencial abrazar el rol del aprendiz.
El sabelotodo es frágil y temeroso, ya que su autoestima depende de tener siempre la razón. Cualquier incertidumbre o error puede poner en peligro su imagen de competencia.
Por otro lado, el aprendiz reconoce que cometer errores es parte del proceso de aprendizaje y está dispuesto a enfrentar la incertidumbre y la vulnerabilidad que conlleva.
En un entorno de liderazgo, es común encontrarse con sabelotodos y que tiene que ver mucho con el "síndrome del impostor" (ahondaremos en otros post del blog)
Para convertirse en un aprendiz, es necesario arraigar la autoestima en el éxito a largo plazo en lugar de buscar gratificaciones inmediatas como tener siempre la razón.
El aprendiz reconoce que los resultados dependen de su capacidad de respuesta en relación con los desafíos que enfrenta. Busca modificar las variables que puede controlar en lugar de atribuir el fracaso a factores externos.
Aquí 8 enemigos internos a tener en cuenta:
Incapacidad de admitir que no sabemos : El mayor desafío para el aprendizaje surge cuando nos aferramos a la creencia de que "ya lo sabemos". Esta actitud se traduce en resistencia para abandonar nuestros supuestos y creencias establecidas. Cada vez que nos encontramos con algo nuevo o intentamos adquirir nuevas habilidades, esto representa una amenaza para nuestros supuestos arraigados. A menos que estemos dispuestos a dejar de lado nuestras formas habituales de interpretar y comprender las cosas, nos resultará difícil reconocer y asimilar lo nuevo. Aquí es donde los niños tienen una ventaja sobre los adultos. Los niños no solo tienen menos supuestos que defender, sino que también están más abiertos a desprenderse de los que ya poseen.
"Yo soy así" : Detrás de esta afirmación pueden surgir diferentes narrativas personales. Algunas personas podrían decir: "Así soy yo" o "esto es demasiado complicado para mí", entre otras. El nuevo campo de acción que se les presenta parece inaccesible para ellos. En cierto sentido, lo nuevo les impide actuar y parece estar más allá de su capacidad. Este estado emocional se ajusta a la definición que Humberto Maturana da de las emociones, que implica una disposición o falta de disposición hacia la acció
Querer tenerlo todo claro todo el tiempo: Algunas personas han desarrollado una ansiedad por tener todas las respuestas de manera permanente. Evitan a toda costa cualquier situación de confusión, duda o preguntas. No han aprendido emocionalmente a lidiar con la incertidumbre. Como resultado, se alejan de las preguntas, se aferran a sus respuestas y obstaculizan su proceso de aprendizaje. No reconocen que el camino hacia el conocimiento implica atravesar el desconocimiento y que hay momentos de oscuridad antes de alcanzar la claridad. Cada vez que se enfrentan a una pregunta, sienten un deseo desesperado de respuestas, lo que acaba por evitar las propias preguntas, privándose así de pensar y, por supuesto, de aprender.
La gravedad : La gravedad es una actitud que adopta cierta gente cuando creen que lo saben todo. Su voz se vuelve afectada, su mirada muestra superioridad hacia aquellos que ignoran, utilizan palabras complicadas intencionalmente, hasta incluso en otro idioma. Desprecian las interpretaciones simples sobre cualquier tema, precisamente porque son simples. Lo simple lo asocian a lo fácil. Aquellos que viven en esta actitud utilizan su conocimiento como una forma de apariencia o vestimenta, y confunden su identidad con lo que saben.
La incapacidad de desaprender : Aquellas personas que han tenido éxito en el pasado corren el riesgo de ser atrapadas por un enemigo: la resistencia al cambio. Piensan que si algo funcionó bien en el pasado, seguirá funcionando igual de bien en el presente, "equipo que gana no se toca". Siguen insistiendo en acciones que fueron eficaces en otros momentos, aunque las circunstancias actuales demanden métodos diferentes.
Confundir aprender con adquirir información : Existen personas que poseen escasa información pero una gran sabiduría, mientras que otras tienen mucha información pero poca sabiduría. Tener información no es equivalente a tener sabiduría. La sabiduría está relacionada con el arte de vivir y no simplemente con acumular conocimiento. Un buen ejemplo que ilustra esta diferencia es el caso de saber andar en bicicleta o escribir con lapicera. Podemos tener toda la información teórica acerca de estas acciones, pero eso no significa que sepamos arreglar una bicicleta o construir una lapicera. Simplemente indica que estamos "familiarizados" con esas cosas.
No dar autoridad a otro para que nos enseñe: Cuando designamos a alguien como nuestro maestro, le conferimos confianza y autoridad. Analicemos estas dos distinciones. La autoridad representa una forma de poder. Al otorgarle autoridad a alguien sobre nosotros, estamos realizando dos acciones distintas: en primer lugar, reconocemos que esa persona posee una mayor habilidad que nosotros para llevar a cabo acciones. En esencia, esto se refiere al poder, que es un juicio acerca de la capacidad diferencial de alguien para actuar. Cuando esa capacidad de acción se basa en sus competencias y habilidades, podemos hablar de conocimiento.
La desconfianza : Aprender implica adentrarse en lo desconocido, en un ámbito de acción en el que estamos dispuestos a admitir que "no sabemos". La única manera de llegar a lugares donde no tenemos conocimiento es confiando en el maestro y permitiéndonos ser guiados por él. Durante este proceso, muchos pasos pueden parecernos extraños. Si pudiéramos anticiparlos sin la ayuda del maestro, entonces no necesitaríamos de su guía. Aquellos que desconfían constantemente se cuestionan los motivos ocultos de quien enseña, buscan una "agenda escondida", lo cual les dificulta escuchar lo que realmente se está diciendo. A veces se ignoran las diferencias entre confianza, prudencia, ingenuidad, no confiar y desconfianza.
Gracias por leer hasta el final ¡Vamos por más! 🚀
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Me reconozco en varios, voy a trabajar para poder ser aprenfiz